domingo, 24 de noviembre de 2013

AL FILO DE LA NAVAJA



He estado dudando hasta el último momento, por eso me he retrasado unos días. Las multas son enormes y no tengo ni para pagar la más barata. Entre lo que nos contó Évole en el último Salvados sobre el ciberespionaje y el engendro que el PP quiere convertir en ley para callarnos la boca, está la cosa como para pensárselo. En principio, le he puesto una pegatina a la cámara del ordenador para que nadie pueda espiarme mientras me hurgo la nariz, hurgo en los perfiles de Facebook o veo vídeos de Ana Botella o Carlos Floriano. A lo mejor escuchan mis carcajadas, pero, mira tú, puedo estar perfectamente viendo un capítulo de esos de mi infancia de Barrio Sésamo (es verdad, lector radical de izquierdas. La situación sería la misma y acabarían multándome. ‘Hola, soy Coco’ y en el PP no hay contabilidad B ni el Ayuntamiento de Madrid ha tenido que agachar el hocico con los basuseros). Tengo que buscar, pues, otras estrategias que garanticen mi integridad. Me muevo en el filo de la navaja.
            Los inmigrantes subsaharianos que asalten la verja fronteriza de Melilla también van a vivir desde ahora al filo de la navaja, literalmente hablando. La que se ha montado con la colocación de la concertina. Estas sí que provocan recortes, por eso las ha vuelto a colocar el PP. Tengo la impresión de que falta, en este tema también, seriedad, honestidad y humanidad. Las fronteras se levantan para que el que está a un lado de la misma no pase al otro, básicamente y con todas las reducciones que quieras, lector concertino. Nos dicen que es para frenar la inmigración ilegal, pero creo que a estas alturas de la vida casi todo el mundo sabe que las fronteras existen para impedir la llegada de extranjeros, más allá de esa ‘legalidad’. Desde este punto de vista cualquier medida que refuerce los controles fronterizos es siempre bienvenida. El problema, evidentemente, surge cuando comenzamos a manejar la doble moral, el doble discurso, el lenguaje de lo políticamente correcto. Ha pasado con el alcohol o con el tabaco, por ejemplo. Hay que ver lo malo que es beber y fumar, lo buena que ha sido la ley del tabaco, pero venga a cobrar impuestos. Si fumar es tan nocivo, podríamos decir, prohibámoslo. Sabemos que no ha sido así.
 La cuestión de la verja admite un razonamiento semejante. La idea es que la llegada masiva de extranjeros no es buena ergo les ponemos una valla para que no pasen. Ahora bien, que no les duela mucho en caso de que la salten. Es decir, sabemos que la construcción de muros fronterizos es inhumana, pero en vez de abolirlos los hacemos más llevaderos, menos dañinos, para tener limpia la conciencia.
 Podríamos empezar por analizar lo que entendemos por inmigración ilegal en estos temas y de ahí a plantear la cuestión básica, al menos desde esta óptica: qué derecho tienen unos hombres a impedir que otros hombres puedan encontrar cobijo en otra tierra tras llevar meses huyendo del hambre, de la guerra y de la desesperación. Muchos dirán que la idea es utópica, pero posiblemente nuestro error esté ahí, en creer que la realidad que nos circunda es así por naturaleza, que las cosas ya nos vienen dadas, que siempre han sido así y que no se pueden cambiar. Nacemos, si se me permite, “primermundistas”, y como tales nos comportamos el resto de nuestra vida. Las cuchillas de las concertinas no son las que atentan contra los derechos humanos. Es la propia frontera, la delimitación material de un territorio que impide la llegada de los otros, es esa frontera, digo, la que hiere sistemáticamente la dignidad humana. Lo que ocurre es que ya se da por hecho que tiene que estar ahí. Muchos seréis los lectores queridos que estaréis pensando en lo inocente que resultan mis palabras. No es inocencia. El sistema está haciéndonos creer que el propio sistema es connatural a nuestra vida, que no podemos vivir con garantías fuera de él y que no hay una mejor alternativa. Y eso es falso.
 Es ridículo salir en los medios denunciando que con la concertina los inmigrantes se van a hacer más daño cuando salten la verja… Es que no deberían saltarla. Ese es el problema, desde el humilde punto de vista de quien esto escribe. “Ponedles seis u ocho metros de altura pero nada de navajas, oye, pobrecitos, que se cortan”. Resulta hasta bochornoso. No puedo comprender cómo asociaciones en defensa de los derechos humanos o acobardados partidos de izquierda pueden salir en los medios denunciando la colocación de estas cuchillas. Salgan, sí, pero con valentía. Digan que esos muros atentan contra nuestra dignidad como especie. ¿Los alambres de púas que estaban en la frontera de Melilla hasta antes de ayer no herían? ¿Acaso no se clavan más profundamente? ¿Eran de goma?
Me estoy alargando, lector paciente. Quería haber trufado la columna de chistes varios, pero me resulta muy difícil hacerlo cuando escribo sobre las fronteras. Vivimos tiempos de abusos, de engaños, de manipulaciones y de intolerancia. Y al filo de la navaja.


foto:  http://www.pososdeanarquia.com/2013/11/carniceria-en-melilla.html

sábado, 16 de noviembre de 2013

YO ADIVINO EL PARPADEO

Pues sí, he vuelto, mira tú por dónde. Me lo he pensado mucho, sobre todo en estos tiempos en los que ya sólo vuelven Águila Roja o Belén Esteban. Y vuelvo tal y como me marché, por pura apetencia. A lo largo de todo este año muchos amigos lectores me han dicho por las redes sociales que me animara, que regresara, que no los dejara sin su dosis semanal de viperinos comentarios, pero es que esto de escribir columnas lleva sus horas de trabajo y acidez, aunque algunos piensen que escribirlas es tan sólo un ligero divertimento, un hobby, y que los escritores parimos textos por obra y gracia del Espíritu Santo. También la actualidad se volvió insufrible, PPesada, insoPPortable. Llegó un momento en el que tuve la absoluta seguridad de que ya no tenía nada que decir. Algunos dirán que ahora tampoco, y seguramente no les falte razón, pero es que vuelvo a tener ese cosquilleito cuando veo a Montoro, a Cospedal, al arzobispo de Granada y  a tantos otros amigos que tan buenos momentos me hicieron pasar durante aquellos años. Así que aquí estoy, con la frente algo marchita y con alguna cana en la barba, aunque poca cosa, lectora amiga (todas las columnas publicadas durante cuatro años y hasta el 2012 están en www.periodicoenelcafe.blogspot.com)
            Sobra decir que esa aclamación popular que ha provocado, en parte, mi bendita vuelta se reduce a cuatro o cinco incondicionales, aunque ya se sabe. Uno lo da todo por sus lectores, como González Sinde. Hay que ver, con lo que nos hemos metido con ella y ahora resulta que, según Ansón en El Cultural, estamos ante una de las personas más valiosas del panorama cultural español. Los elogios de Luis María incluso rozan el piropo, como buen caballero de los de antes. Si por él fuera, la ex ministra habría ganado el certamen de Miss España. El finalista del Planeta tampoco está nada mal, aunque con las ayudas que les dio a determinadas editoriales durante su etapa como ministra bien podrían haberle concedido el primer premio. Qué envidiosos y rastreros somos los españoles, ¿verdad? Pues eso.
            La propia Sinde nos dijo hace unos días que tiene un novio y que, para más regocijo del ánimo cotilla, es aristócrata y editor. Hay que ver, hija, tienes contenta a la curia española. ¿Cómo se te ocurre publicar una novela y no esperar a que sea tu pareja el que lo haga primero? ¿Es que no has leído Cásate y sé sumisa? ¿Qué es eso de novios a tu edad y, mucho peor, qué es eso de escribir tú sola una novela? Estas mujeres socialistas están arruinando lo que nos quedaba de moral. Desde luego… Ahora que Bruselas quiere volver a recortarnos, sería el momento apropiado para reducir los once mil millones de euros que recibe la Iglesia Católica, antes de que el arzobispado de Granada edite la segunda parte de este bodrio italiano, esta vez sobre el varón y la virilidad.
            A nosotros nos van a hablar de virilidad y menos una italiana. A ver cuándo habéis ganado vosotros dos Eurocopas y un Mundial de fútbol. Los tenemos muy bien puestos, bonita. La bravura, el coraje y el tesón de nuestros jugadores es también el nuestro… Esperemos que no sea así en cuanto a la inteligencia, porque el numerito de la semana pasada, cuando fueron preguntados algunos insignes modelos de la españolidad sobre las implicaciones que podía tener jugar un amistoso en un país dirigido dictatorialmente, fue vergonzoso. “Yo soy futbolista y todo lo demás no me importa”. Toma castaña. Y estos son los que están todo el día anunciando las mejores marcas y a quienes jalean nuestros niños.
            Niños que, además, nos están saliendo un poco atravesados. Pensaba yo que el hijo de Ortega Cano estaba de Erasmus y resulta que donde está es en la cárcel por pegarle fuego a un coche después de desfogarse en un local de esos de mujeres sumisas (la relación con el arzobispado de Granada la haces tú, no yo, lector cruel y sin escrúpulos). El pobre Ortega no gana para sustos, como le pasa a la Pantoja. Las rivalidades artísticas de ambas familias ha dejado de ser una cuestión de coplas para tornarse pulso a ver quién tiene el peor vástago. Tu hijo es una prenda. La tuya más, que trae un bombo. Dicen que en Cantora se oye por las noches a la tonadillera tararear Qué voy a hacer contigo.
            Total. Qué vamos a hacer. Qué vamos a hacer todos… Buena pregunta. Yo, por lo pronto, seguir escribiendo estas columnas que podréis leer en mi blog o en las redes sociales, aunque, en esta etapa, sin edición en papel.
            Ha sido un regreso digno, creo. Sí, tengo que ir cogiendo tino, como dicen por aquí, pero no te pases, lector exigente, que esto lo estoy haciendo por ti y sin cobrar un solo euro. Como dice el tango, siempre se vuelve al primera amor, así que ya puedes leerme con toda la ansiedad del mundo y entregarte a la lujuria de mis textos. Sospecho que esta segunda oportunidad que nos damos nos deparará gustirrinines inolvidables.

martes, 12 de noviembre de 2013

EL CATOBLEPAS




Aplastados contra el fango,
nuestro paso perezoso
nos define como especie.
Agachamos la cabeza
por el peso de lo injusto,
por el miedo a decir basta,
porque somos cobardía,
conformismo e ignorancia.
Sin embargo, nuestros ojos
hierven de ira milenaria,
del dolor grabado a fuego
por el frío de la historia.
Si aprendiéramos a alzarnos,
si pudiésemos mirar
cara a cara a la mentira,
a la palabra del poder,
al exceso de los dioses.
Si pudieran nuestros ojos arrasar
los embustes del imperio
de la desesperanza.