domingo, 23 de marzo de 2014

RESISTENCIAS

Resisto con mis manos
el empuje del viento,
como con el cuaderno
el de los años.

Estas últimas borrascas
han dejado nieve en la azotea
y amenaza el frío aliento
al pensamiento y la memoria.

He de calentar cada recuerdo,
los lugares donde fui feliz,
la playa enamorada de la luz.
El sol de un niño.

El viento agita las persianas,
golpea los postigos del sosiego,
nos llena los balcones de hojarasca,
de palabras inservibles, despreciables,
demagógicas, baratas,
como la comparecencia
de un meapilas con corbata
y con perfume tridentino.

La ciclogénesis da miedo al aire libre
pero no bajo este techo de pasión,
de protesta y valentía,
de poemas que no sirven para nada
porque no sirve la vida para nada
y esa es la verdad que defendemos,
que cantamos, que ofrecemos.

Arrecia el temporal y nos miramos,
pues hemos aprendido a dar batalla.
Tus besos y mis versos contra el mundo,
tus libros y mis libros contra el necio,
el opresor, el mangante, el embustero.

No es fácil, lo sabemos hace tiempo,
luchar con la tormenta arrebatada,
con la cólera de un dios insatisfecho
e insaciable de poder y de manejo.
Su rayo daña la fachada de la vida,
nos llena el corazón de dormitorios con goteras,
pero aguantamos,
nos cogemos fuertemente de las manos
y achicamos, con paciencia, todo el barro
y toda el agua residual de su monserga
bajo el cielo gris de la mentira.

El rostro y los cabellos empapados,
los cuerpos ateridos por el frío.
Es demasiada lluvia la que cae
pero más nuestra constancia,
esta luz alojada en las pupilas,

la esperanza que se aprende con la búsqueda.

viernes, 21 de marzo de 2014

¿Día internacional de la poesía?

Ay, lector lorquiano, qué duro se me hace conmemorar cada 21 de marzo la muerte de la poesía. Sí, homérico lector, sí. Llamemos a las cosas por su nombre. El día de la paz, el día de la igualdad, el día del libro…, el día de lo que te salga de los hipérbatos. Certificados de defunción, simple y llanamente. Las sociedades avanzadas (eso dicen ellas) gustan de celebrar o recordar aquello que ellas mismas, por desconocimiento, por miedo o por ignorancia, descuidan, olvidan o destruyen. Son así de ridículas, así de estúpidas, así de modernas, y no hace falta que te diga (no, no me muero por tener algo contigo, romántico lector, so pirata), no hace falta, digo, que te diga que vivimos tiempos muy modernos.
            No voy a hacer aquí ninguna defensa de la poesía, ni mucho menos. Acabaría diciendo solo cosas bonitas, como suele hacerse con los muertos. Tampoco te diré que lucho por revivirla en mis clases alzando la voz y cantando por Cernuda, Ángel González o Jorge Riechmann (tan distintos, tan iguales, tan buenos). No puedo leer mucha poesía porque nadie me entiende, básicamente, y esto sí que es lo preocupante, porque las cosas no se mueren solas. Las enfermedades tienen sus causas, hipocondríaco lector (también a ti te llegará tu hora, como a los versos de Pemán, afortunadamente en este caso), sus virus, sus bacterias y sus grasas trans.
            En los últimos meses un día sí, otro también, hemos visto publicados numerosos artículos sobre la lectura, el libro digital, el futuro del libro, la caída en el número de ventas, las nuevas estrategias del sector editorial…, casi todo centrado en esos nuevos tiempos que, al parecer, son la hostia, pero que al final siguen necesitando de la lectura y la escritura en esta majestuosísima sociedad de la información y el conocimiento. Es decir, que lo que primero necesita el sector del libro son lectores, no tanto soporte ni tanta tableta. ¿Que son cómodos los nuevos dispositivos? Por supuesto. ¿Que solucionan el problema del espacio? También. ¿Que pesan poco? Pues claro. Lo que tú quieras, lector novelero, pero para que alguien compre un e-reader tiene que ser, previamente, un lector, y basta con mirar, aunque sea de reojo, a nuestras escuelas, nuestros institutos y nuestras universidades para ver que lectores, lo que se dice lectores, no es que haya demasiados. No digo que haya pocos. Digo que podría haber más.
            La poesía no es más que un tipo de discurso, y discursos hay unos cuantos. Que no se lea porque no guste, me parece muy legítimo, pero que se deje de leer porque no se conozca y que por eso no se entienda es lamentable. Te diré, lector irritado, que tampoco es que me extrañe mucho. Hoy puede uno dedicarse a enseñar en aulas de Primaria o Secundaria sin haberse leído un solo libro. Parece una exageración, pero no es mentira. Se puede ser, incluso, profesor de Literatura, y te lo digo porque conozco a muchos. Tampoco se puede enseñar cómo funciona el discurso poético si el Estado elimina la asignatura que se dedica precisamente a eso, Literatura Castellana, y mucho menos se puede ser lector si desde casa la familia no pone un poquito de atención a menesteres como este.
            Total, que las cosas no vienen solas. Hay muchos factores que han ayudado a que el discurso poético esté como esté. Uno de ellos (para que veas, lector, que el cogotazo se lo meto a todos) es el de la corrupción de los jurados en los certámenes poéticos. Tanto premio engañoso, tanto servilismo, tanto amiguismo y tanta trampa llenan el panorama libresco de un tufo a mentira que es insoportable y que ha desencantado a los lectores. Todos estos que hablan de la poesía como herramienta para la libertad, de poesía cercana al ciudadano, de honradez poética… y están de mierda hasta los codos, certamen tras certamen. No estoy generalizando, claro. Tú, poeta corrupto, mentiroso, sucio, sabes que estoy hablando de ti. Sabéis que estoy hablando de vosotros. De quienes más que vates poéticos os habéis convertido en váteres inmundos. Dais asco.
            Qué amargoso me he puesto, ¿no? y, además, gratuitamente, que es lo peor. Dentro del panorama descrito, es cierto que parece que la poesía está intentando levantarse, volver al mundo, como el niño de la serie Resurrection, gracias a los blogs y las redes sociales. Ojalá sea cierto y sea una verdadera resurrección y no un levantamiento zombi.

            

miércoles, 19 de marzo de 2014

NUEVA CARTA SOBRE EL COMERCIO DE LIBROS

La editorial Playa de Ákaba acaba (valga el juego de palabras) de publicar en formato digital la Nueva Carta sobre el comercio de libros, una puesta al día de la obra de Diderot, Carta sobre el comercio de libros. En ella una veintena de autores abordamos cuestiones como la edición digital, la descarga de libros, la figura del autor, la del lector, los problemas del sector editorial, la necesidad de formar lectores... Un libro que, creemos, ofrece algunas claves sobre el libro y la lectura tal y como los concebimos en el presente. La edición digital ha salido a un precio muy competitivo, en la línea de todo lo que publica digitalmente Playa de Ákaba, convencidos de que los nuevos tiempos requieren de nuevas estrategias. Cuesta 2'99 y puedes descargarlo desde aquí. La edición en papel estará en la calle en unos días. Todos los autores y editores estamos muy contentos con el trabajo realizado y esperamos que sea de vuestro agrado.

jueves, 13 de marzo de 2014

La educación y la obsesión por lo mínimo

Te lo advierto, lector, este tema me aburre enormemente. Me desalienta, me cansa y me produce un cierto tipo de calambre que sólo logro suavizar comiéndome media tableta de chocolate. Intento, por ello, hablar lo menos posible, porque al final tú te vas a otra página web y yo me tengo que quedar quemando esas calorías tan molestas y tan insistentes. Hablar de educación en España es casi un sinsentido. Todo el mundo sabe, toda la sociedad opina pero somos los menos quienes lidiamos entre cuatro paredes cochambrosas con una veintena (o dos, según el centro) de infantes desaforados. Expertos (¡?), ministros, empresarios o magos, lo mismo da, cada uno con su teoría y con la fórmula mágica para sacarnos a todos del atolladero. Cuanto más moderna sea esa solución, mucho mejor. Te aseguras conferencias, jornadas, libros, debates en televisión…, pero todos limpitos, bien peinados, frescos como lechugas, sin un atisbo de tiza en las manos, en la chaqueta o en el alma. En doce años que llevo en la enseñanza, ninguna autoridad competente o incompetente me ha preguntado, de manera seria y comprometida, no con papeleo justificativo que nadie lee después, qué haría yo para poner remedio a los problemas.
Y claro, lector antilomceano, acabas con la lengua fuera intentando hacerte oír ante un auditorio que no está interesado en escuchar nada de lo que tengas que aportar. El discurso dominante nos aplastó hace décadas y desde entonces nuestra profesión y nuestra dignidad viven con respiración asistida. Una reforma tras otra ha llenado nuestras vidas y nuestro quehacer diario de un galimatías teórico incomprensible por estúpido e inaplicable por imposible o imposible por impracticable o qué sé yo, lector antipedagógico, harto como estoy de la gilipollez y del raquitismo intelectual de todos estos que inventan sus teorías en sus despachos y que les da exactamente igual si, al cabo de los años, los alumnos acaban sabiendo más, sabiendo menos o no sabiendo nada.
Hoy he tenido que ir a mi centro educativo habiendo leído un artículo en el que se sostenía que no nos hemos dado cuenta profesores y padres de que el objetivo de nuestro sistema educativo es lograr que los jóvenes “alcancen unos mínimos conocimientos, actitudes, competencias y valores que les faciliten el ejercicio de su libertad, y para contribuir a limar las desigualdades sociales ligadas al origen social”. El artículo no tiene desperdicio, aunque lo que más me irrita es esa obsesión por el reinado de lo mínimo, de lo básico, de lo simple. ¿Para qué enseñar cuestiones complejas? ¿Para qué profundizar en el conocimiento? Y todo esto, en nombre de esa supuesta libertad e igualdad social.
Voy a intentar ser lo más simple, lo más competencialmente básico para exponer mis ideas. Espero que los expertos no se ofendan si comprueban que soy capaz de rebatir sus argumentaciones (lo soy porque he estudiado durante muchos años, y sigo estudiando hoy en día). Los jóvenes españoles no tienen culpa del estrato social en el que nacen. Los hay que vienen al mundo en el seno de una familia acomodada y, seguramente, llegarán en el futuro a disfrutar de todo tipo de oportunidades. También los que ven la luz en mitad de la pobreza, la incultura o la violencia, y sus opciones, lógicamente, se verán severamente reducidas. Un sistema educativo de calidad debe ofrecer lo mejor a todos los estudiantes. Que tanto los de un lado como los del otro (ninguno ha hecho nada para estar en cada extremo) puedan acceder a lo mejor, puedan disfrutar de las mismas oportunidades. ¿Qué los más desfavorecidos lo tienen difícil? Evidentemente. Vamos a invertir todos los millones en ellos, vamos a procurar que no les falte de nada, que no se ausenten de clase, que tengan ayudas para las asignaturas que no consigan superar, que no tengan que comprar material alguno si en su casa no hay ni para mortadela. Pero no los engañemos, no los estafemos.
Sin embargo, en nombre de la igualdad (del igualitarismo ramplón, mejor), rebajamos el nivel de exigencia para que no haya descompensación y así parezca que nuestro sistema es equitativo. Un alumno que ha nacido en un entorno acomodado no debería renunciar al esfuerzo, al espíritu de superación, a la competencia máxima. Si puede optar a la excelencia, ¿por qué renunciar a ella? Hoy, desde los medios de comunicación, desde las tertulias o desde las inspecciones educativas se busca obsesivamente la simplificación, el reduccionismo, el no destaques que no es bueno… Es la dictadura de la mediocridad, de la medianía. Si llegas arriba, que sea peloteando y haciendo favores, no porque valgas (uf, el verbo valer…).
Un sistema fundamentado en lo básico nunca puede garantizar la libertad, al menos la del futuro trabajador. La del empresario sí, porque tendrá plena libertad para despedir y contratar, puesto que la especialización será cada vez menor, y no olvidemos que eso es necesario en un marco de precariedad laboral. Mientras la incultura, la ignorancia, el analfabetismo y la pasividad se van haciendo con las aulas del sistema público, la concertada y la privada formarán a los mejores, pero no porque sean excluyentes ni nada de eso, sino porque la educación pública ha optado por la reducción y el desconocimiento. Y esto no es un efecto de la LOMCE. Viene desde la implantación de la LOGSE. Cuando se grita en las calles contra la ley Wert, ¿contra qué se lucha o favor de qué se lucha? ¿Por una educación de calidad o contra una ley del PP? Lo digo porque los malos resultados que hoy tenemos no los ha provocado la ley del ministro. ¿Por qué no se protestó antes? Cosas que pasan, ¿verdad? ¿Saben los que gritan que la LOGSE es de Rubalcaba?

Por todo esto, lector comprensivo y generoso, me canso. Yo quiero que mis alumnos puedan alcanzar esa utópica libertad desde la filosofía, la literatura, la música, la historia, el arte, las matemáticas, la física, el latín, la informática… no desde una fichita con contenidos mínimos y competencias básicas que, como mucho, pretenden que los chicos y las chicas puedan medio escribir y medio leer y que los mal-preparan (o bien-preparen, según se vea) para ganar seiscientos o quinientos euros en un trabajo de mierda. No soy experto, como verás. Sí que soy un poco brujo, y además de los buenos. No tengo que leer cartas ni líneas de las manos. Sólo con ver a cada vez más alumnos puedo intuir cómo serán sus vidas, y no me gusta. Los veo parados, explotados, manipulados y manejados por los poderes políticos. Y veo también a los dirigentes bebiendo champán y mascando jamón de bellota hartos de reírse y ciegos de éxito.

miércoles, 5 de marzo de 2014

DON CARNAL Y DOÑA PHILOMENA

Me vuelvo loco en los Carnavales de Tenerife. Es llegar a Santa Cruz y ver todo ese colorín, toda esa algarabía y tanta gente disfrazada que se me llena la vista de alegría y la boca de cubalibres. Qué paladar tiene esta fiesta, qué ánimo y qué forma tan sana de ver la vida y de afrontar lo que nos va deparando el tiempo. Allí estaba yo, en la plaza de la Candelaria, con mi disfraz la mar de bonito, mi cubata y, sobre todo, y esto es lo que más me gusta, con la seguridad de que, una vez finalizado el carnaval, no hay lugar para la pena en esta tierra de la luz azul y de comparsas. Esto me viene de lejos, claro, así, antediluvianamente, cuando en mi colegio de curas, en otro lugar, estas fiestas eran vistas como la depravación previa a los tiempos cenicientos de la tristeza, la penitencia y el pescado de los viernes. Llegaba el maldito miércoles de ceniza y un velo casi apocalíptico se cernía sobre el patio de la escuela. Nos llevaban a todos a la capilla y venga, a llenarnos la frente de polvo. Nos marcaban, como a las vacas, para recordarnos, con siete, ocho, nueve y taitantos años que íbamos a ser pasto de los gusanos. El más indicado de los mensajes a una edad en la que solemos ser impresionables. Ahora llega este miércoles y, con todo el recochineo del mundo, preparo el disfraz para el próximo fin de semana, el de piñata, en el que me lo voy a pasar todavía mejor y voy a pecar por los siglos de los siglos.
Todo este oscurantismo, toda esta pena con la que hay que prepararse para celebrar la masacre de un hombre, se me elevó a infinito, como decía uno de esos curas cuando explicaba los límites matemáticos, justo ayer cuando veía Philomena, esa película en la que Judi Dench, grandiosa actriz, interpretaba el papel de una madre en busca de su hijo robado por unas sormarías en un convento irlandés. En algunas escenas el silencio de Judi es desgarrador, su mirada arrasada por la tristeza, por el peso de una vida rota y siempre en búsqueda… Estas actrices mayores, bellísimas en su vejez, de talento inconmensurable, son, al menos para el que esto escribe, el mayor valor de la industria cinematográfica actual. Son capaces de llevar ellas solas todo el peso de la película. Hay una escena en la que Philomena se encara con una de esas delincuentes de crucifijo y agua bendita para otorgarle su perdón, porque ella, Philomena, no puede vivir con ese peso de rencor. ¿Cuántas madres españolas habrán sido capaces de perdonar? ¿Se puede perdonar un crimen como este? El golpe de efecto de la película es genial en este punto, porque le da la vuelta a la tortilla. ¿Quién debe perdonar? ¿Quién debe pedir perdón? ¿Para quién la penitencia? De niño nunca entendí eso del pecado original, qué había hecho yo al nacer y a santo de qué tenían a mí que perdonarme, si era un niño muy bueno, no le contestaba a mi madre y sacaba muy buenas notas… Qué gente, por Dios. Qué miedo.
Y claro, con todo esto mi ganas de fiesta se han multiplicado. No voy a hacer penitencia, no señor, no voy a dejar de comer nada los viernes, no voy a parar de folgar, como decía fray Luis,  y voy a gozar de todo lo que venga, porque la vida, como cantaba Celia Cruz, es un carnaval y las penas, al menos las mías, se van bailando.