viernes, 13 de marzo de 2020

RESEÑA DE EL GRAN BOSQUE, DE MARTA LÓPEZ VILAR, EN EL DIARIO IDEAL




Ya Eduardo Cirlot señaló en su Diccionario de Símbolos que entre las posibles significaciones del bosque está la del principio femenino, el principio creador. Concretamente, como un lugar en el que florece la abundante vida vegetal, no cultivada ni dominada, capaz de ocultar la luz del sol, de ahí que para los druidas la selva fuera su esposa por antonomasia. A partir de ahí podría sostenerse que el sol es el símbolo de la razón, del logos, mientras que el bosque umbroso lo es del mito, del sentimiento. Sin embargo, El Gran Bosque, la propuesta poética de López Vilar galardonada con el II Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, se construye en la certeza de que la sombra del bosque no es la oposición a la luz del sol, al lenguaje racional, sino una forma distinta de iluminación, de expresión, tesis muy cercana a la sostenida por María Zambrano en su Claros del bosque.
 El texto de López Vilar aborda la problemática de lo extraño o lo extranjero, no sólo desde el punto de vista de lo geográfico, sino de lo lingüístico, con lo que ello supone para la comprensión e interpretación de la realidad del sujeto poético. Decir y comprender en otra lengua es también sentir en esa misma otra lengua, de ahí que la presencia del bosque sea tan significativa a lo largo de todo el poemario. Desde el primer poema en prosa, titulado “La llegada”, el yo poético insiste en una búsqueda infructuosa: “Busqué los animales, sus huellas, su ligero movimiento entre las hojas. […] No. Llegué aquí un verano y pronto anochecía. No supe qué buscar”. María Zambrano, en el texto titulado “Claros del bosque”, escribe: “No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada en ellos”. Desde le momento en el que el yo lírico de López Vilar asuma la incapacidad del lenguaje aprendido para dar respuesta a las vivencias en el gran bosque, accederá en soledad a una nueva palabra, como parece decirnos el poema “La letra”: “Desde pequeña me dijeron que el mundo, este mundo que me mira y teje lentamente su nombre, era un alfabeto. Su largo decir estaría debajo de los árboles, bajo este cielo que anochece. Pongo mi oído sobre el suelo. Lento, tan lento que olvido la última vez que respiré. La primera letra es mi respiración. Como ese aire que sale camuflado, que se pierde, se diluye. Letra que no nombra. Ya no tengo mundo”. Las palabras del bosque de Zambrano son en López Vilar “palabras-minerales”, aquellas capaces de nombrar una nueva vida. 

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