Hablar
sobre el futuro del libro se ha convertido ya en un lugar común en las
secciones culturales de cualquier periódico. Sin ir más lejos, hoy, dos de
octubre de 2013, el diario El País
informa de que “La caída del mercado del libro pone en riesgo la creación
cultural”. No debe parecernos extraño que estas informaciones ocupen un lugar cada
vez más destacado en tanto en cuanto estos diarios suelen formar parte de
grupos de comunicación poderosísimos en los que se encuentran, también, las
principales editoriales españolas (véase, por ejemplo, el grupo PRISA, al que
pertenecen El País y la editorial Alfaguara…). Mayoritariamente, cuando se
habla del “futuro del libro”, lo que realmente se está haciendo es hablar sobre
el futuro del negocio editorial. El debate es absolutamente legítimo, pero los
términos en los que se está desarrollando son engañosos desde el momento en
que, como en el titular de El País, se intenta hacer pasar lo que es un negocio
por otra coas. Habría que ver, en realidad, qué es lo que entiende este diario
y un gran número de editoriales por ‘creación cultural’, porque entonces
tendríamos que preguntarnos, primero, qué es lo que está en peligro, si el
negocio editorial o la creación literaria y, segundo, si ambos extremos pueden
hoy diferenciarse. La respuesta a las dos cuestiones, para mí, está clara. Todo
es Mercado, con mayúsculas, y para sobrevivir en el Mercado hay que someterse a
las leyes del Mercado, lo cual no significa que, dentro de un contexto
capitalista como este, el escritor no pueda tomar algunas decisiones
fundamentales que atañen a su bolsillo y a la calidad de sus obras.
Por
otro lado, el futuro de este negocio editorial tiene mucho que ver con la
digitalización de los contenidos. La situación recuerda a aquello que decía
Gramsci sobre los periodos de transición de las revoluciones, que lo nuevo no
termina de nacer y lo viejo no acaba de morir. Y en medio están los lectores como testigos
alucinados de lo increíble. Una novela se publica a la vez en papel y en e-book,
la diferencia de precios es, todavía, ridícula en la mayoría de los casos y,
además, no hay ningún aspecto más allá de la materialidad que diferencie una
edición de otra. ¿Por qué comprar un texto digitalizado? ¿Qué te ofrece, además
de lo que ya encuentras en papel? Si a esa indiferenciación le añadimos el
hecho de que llevamos siglos leyendo en papel, tocando el libro, oliéndolo,
marcándolo… parece normal que el lector se decante o bien por la edición,
digamos, analógica, o bien por la versión descargable (que no pirata. Creo que
en España se necesita debatir con calma sobre el significado de ambos términos,
que no son sinónimos. No se puede demonizar al internauta por descargar un
libro cuando la filosofía de la Red se fundamenta en el contenido compartido y
así lo defiende el Ministerio de Educación, por ejemplo, y cuando todos los
internautas pagamos varias cuotas de acceso a Internet. Es un modelo
equivocado, seguramente, pero es el que nos han metido hasta en la sopa desde
los medios de comunicación. Vivimos en la sociedad de la información y el
conocimiento…Sería tan fácil como exigirles a las operadoras un canon, entre
otras posibles soluciones. Los libros, como tantas otras cosas, no pueden ser
gratis, pero hay soluciones distintas a la pataleta que darían muy buenos
resultados. De todas maneras el hecho de descargar un libro no supone en sí una
pérdida económica, como demuestran algunos estudios recogidos en Gutenberg 2.0, de Cordón García et alii. Se descargan miles de libros
que el lector no se compraría jamás en una librería. Se los baja porque puede
hacerlo. Si hubiese que pagar no se gastaría el dinero. Basta con mirar un
dato. Antes de la eclosión de Internet cuánto dinero gastaba el ciudadano
normal al mes en libros… ¿Tantas perdidas hay ahora? Pérdidas virtuales sí si
se considera que lo que descargas lo pagarías. Pero no es así. Bajas un libro,
no te gusta y lo dejas, miras otro, picoteas allí… Pero porque no cuesta
dinero. Eso no lo harías ni en una librería normal ni en una digital. Hay que
relativizar todo esto de las pérdidas por las descargas).
Me
da la sensación de que se intenta pasar por drama cultural lo que no es más que
la llegada de Internet a este sector. Que le pregunten a las agencias de viaje
qué piensan de la Red de Redes. Internet lleva aquí mucho tiempo, pero el mundo
editorial no ha querido darse cuenta.
Más que todo esto, me preocupa el futuro de la
lectura, de la enseñanza de la tradición literaria, de garantizar el buen
aprendizaje lector desde edades tempranas. Para mí esta es la verdadera crisis
del mundo del libro, la que se produce en los años 80-90 con la sucesión de
leyes educativas y la reducción del papel de las Humanidades en los planes de
estudio, en concreto de la literatura española. Da igual el papel o el bit, la
ignorancia atraviesa hoy pantallas y vidas, como dice Juan Carlos Rodríguez. La
degradación educativa es una degradación en los modos de leer o de ver la vida
puesto que sin la producción y formación de la subjetividad no hay sistema
social que pueda existir. ¿Preocuparse ahora por el libro cuando a nadie le ha
importado en qué situación quedaban los lectores?
Existen,
además, y aquí lo dejo, dificultades para lograr hoy una lectura concentrada,
como defiende Nicholas Carr. Es la cultura de la distracción de Benjamin. Cada
vez cuesta más leer profundamente. Se impone el modelo de la superficialidad
que sostienen Baricco y Sloterdijk, ese ir de ola en ola, de no buscarse más en
lo profundo del texto.
En primer lugar, enhorabuena por tu nuevo blog. Es un placer leer tus reflexiones.
ResponderEliminarEs cierto que el nacimiento del formato digital está entrando lentamente en el sector del libro y su evolución inquieta a todos aquellos que antes lo dominaban, provocando aspavientos en el mundo editorial principalmente. Pero, aunque muchos ya se aventuren a augurar el fin del libro de papel, me resisto a pensar en bomberos quemando libros, en nuestras paredes convertidas en pantallas de decenas de pulgadas y en una sociedad donde la ignorancia lo pudre todo, producto de un mal plan educativo implantado por una clase política en decadencia. Mi optimismo, quizá ingenuo, me empuja a pensar lo contrario.
En primer lugar no comparto la idea de aplicar la frase de Gramsci en este caso, afirmando que estamos en 'la transición de una revolución', donde 'lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir'. No lo comparto porque no creo en la muerte 'de lo viejo', aunque sí creo en el nacimiento de un nuevo soporte con unas características diferentes y adaptado a la era digital. Pero todo ello sin una sustitución completa y sí con una coexistencia pacífica. ¿Será suficiente que la sustistitución no sea completa para la subsistencia del tejido editorial y de la red de librerías a pie de calle? Como bien dices, todo es Mercado y en una estructura capitalista como en la que nos encontramos, todo se rige por normas. El cumplimiento de estas normas obligará que el sector del libro evolucione, pero creo que sin la desaparición obligatoria del formato en papel.
De hecho, pienso que sería una terrible noticia que las editoriales no llegaran a ser sostenibles y desapareciesen, pues nos arrojarían a un océano de autoediciones digitales donde nos sería muy difícil encontrar un título digno. Hoy en día las novedades huecas inundan las estanterías de cualquier librería, pero sería mucho peor sin el filtro de ciertas editoriales serias. Gigantes digitales, como Amazon, dominarían el mercado y cualquier persona podría editar su trabajo (ya sea bueno o pésimo) en formato digital por un porcentaje de beneficios o contratar la impresión en papel bajo demanda. En definitiva, creo que las editoriales deben de existir para mantener una estructura de mercado.
Respecto al libre intercambio, lo admito cuando una de las dos partes posee de manera ética lo que comparte. Y cuando utilizo la expresión 'de manera ética' me refiero a que no sea contraproducente hacia su creador. Que yo adquiera un producto y lo copie cien veces para otras personas que no han pagado por ello, me parece insostenible, pues solamente deja dos salidas: elevar el precio del producto hasta que sean rentables esas cien copias o, por el contrario, el creador de ese producto tiene que cambiar a otra actividad que le permita vivir en una sociedad donde el gasto es diario. Si el producto comprado te ofrece algo diferente al producto compartido, invita a la opción de compra (pienso en el papel frente al formato digital), pero si los dos productos son idénticos es insostenible (pienso en el formato digital legal y el formato digital 'pirata'). Soy usuario de Filmin y Spotify, creo en un canon para ciertos productos, pero nunca sustituirán al cine y a un concierto en directo porque ofrecen sensaciones diferentes, como un libro de papel frente a un libro electrónico, con miles de libros amontonados en su interior.
A todo esto sumo que las leyes educativas, con un peor papel de las Humanidades, no es determinante para el desarrollo cultural de la sociedad. Por ejemplo, si no impartimos clase de civismo o ética en nuestras clases, tampoco sería determinante, pues esa parte de la educación podría o debería recaer en los padres. A un mismo nivel encajo las asignaturas de Humanidades, pues es una parte de la educación que pueden desarrollar de forma autodidacta bajo estímulos familiares. Con ello no quiero decir que las asignaturas como literatura, filosofía o historia no valgan para nada... Lo que quiero subrayar es que, en ciertos momentos, olvidamos que la responsabilidad de la educación de nuestros hijos no recae completamente en el Ministerio de Educación, siendo nosotros mismos los dueños de las principales influencias que los más pequeños reciben, quienes completamos la estructura educativa del Estado.
ResponderEliminarHola, Fran. Gracias por leer. El manuscrito, a pesar de la aparición de la imprenta en el XV, se mantuvo hasta el mismísiimo XIX. Cada tipo de escritura se especializó en un sector determinado, lo cual hace pensar que libro y ebook convivirán durante mucho tiempo. Además, la tónica de los medios de comunicación no es la de sustitución, sino de convivencia, por ejemplo la radio, la tele, la prensa e internet. En ese sentido no me preocupa demasiado. Cuando ocurra esta sustitución definitiva, ni tú ni yo estaremos aquí para verlo. Para mí lo fundamental es qué está pasando con la lectura, cómo se enseña a leer, a través de qué textos, en qué contextos se lee... Aquí si que falta sentarse y reflexionar. Todo lo demás me parecen exabruptos del sector en defensa de sus habichuelas. Yo siempre he defendido que las cosas cuestan un dinero y que la infravaloración que sufríamos antes de la crisis sectores como la enseñanza pública o la sanidad pública se debía, precisamente, a que la gente considera lo gratis como algo sin demasiado importancia. No era lo mismo ir a la Seguridad Social que ir a un médico de pago, ni tampoco tener a un chico en un privado que en un centro público. Hoy las cosas han cambiado, pero no hace mucho lo gratis no tenía casi valor. Por eso estoy de acuerdo contigo en la falta de formación, de educación, de ética.
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