LA TAZA DE TÉ DE GUILLERMINA
Guillermina Rivero acostumbraba a salir al porche
todas las tardes a eso de las siete. La llegada de la primavera iluminaba no
sólo cada uno de los rincones de su casita de campo sino también
los de su propia vida, los de sus años sobre aquellos terrenos hoy plagados de
fresas, de siemprevivas y de claveles, las de esas arrugas que parecían ríos de
vivencias en su rostro, la ruta de un tesoro escondido, el de su propia
existencia. Salía después de que hubiera hervido el agua para el té y ponía
todo su cuidado y esmero en que el juego de tazas y tetera, todas piezas de
porcelana china, estuviera perfectamente dispuesto en la bandeja de madera,
primero, y, después, en la mesa exterior. Mientras lo saboreaba, su vista se
perdía en el horizonte, en los azules rosados de la tarde, tan parecidos a
aquellos en los que jugaba con sus hijas en los manzanos después de haber hecho
las tareas escolares. Sus dos pequeñas, hoy mujeres hechas y derechas, habían
volado hacía años en busca de su propio futuro. Qué blanquitas recién nacidas,
y cómo lloraban cuando tenían hambre o escuchaban gritos. Y míralas, parecían decir sus pequeños y
engurruñidos ojos de casi ochenta años, una abogada y la otra directora de
banco. Y las dos tan aficionadas como ella a las infusiones.
Para
Guillermina Rivero sus dos debilidades habían sido siempre sus hijas y los
juegos de té. Lo poco que le habría costado a su Mamerto haberle regalado en vida alguna de
las teteras que veía en las tiendas del pueblo, bastante menos de lo que
costaron aquellos manzanos. Qué rácano para las cosas materiales, también para
algunas del alma. A veces se acordaba de
su marido en estas cálidas tardes, tal vez por los contrastes. La mala vida que
le había dado, la indiferencia con la que siempre la trató, la mano larga que
en las noches de borrachera encontraba en el rostro de Guillermina Rivero su desahogo y
su dominio.
Una
vida la suya de trabajo en el campo, de muy pocos caprichos, de sacrificios
para llegar a fin de mes cuando las lluvias no habían descargado lo suficiente
y las cosechas amenazaban con meses de hambre. Jamás pensó que su vejez iba a
ser tan plácida, vista su vida ahora en perspectiva. Si no llega a ser por el
seguro que cobró tras la muerte de Mamerto, quién sabe cómo habría vivido estos
años. Pensar en episodios tan funestos de su pasado la llenaba de desasosiego.
Se levantaba, se ponía otra taza de té y volvía a mirar al horizonte en busca
del último rayo de sol y de esperanza. La vida es justa. La vida te da lo que
te quita. Entonces giraba la vista y la
posaba en uno de los manzanos que había dejado secar. Recordó el sonido de la
tetera metálica aboyándose sobre la cabeza de Mamerto una noche hacía ya más de
veinte años. Lo que pesaba su cuerpo inconsciente al trasladarlo. El sudor que
corría por la frente de Guillermina Rivero mientras abría una zanja y lanzaba
a su marido herido y los golpes que le dio con la misma en la cabeza hasta
matarlo. Enterrarlo fue ya una liberación. Los periódicos hablaron de abandono, lo dieron por
desaparecido y años después, por muerto. Así que lo primero que hizo al cobrar
el dinero fue comprarse todos los juegos de té que siempre había querido tener
y sembrar su campo con siemprevivas. Yo también estaré viva para siempre aunque
me muera. Entonces volvía a coger su tetera, qué preciosidad, y vertía un
último chorrito en la taza, sólo por darse el gusto de escuchar el sonido de la
libertad.
Precioso cuento, lleno de significado en cada línea, me encanta!!
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