sábado, 12 de octubre de 2013

TESTIGOS



Tenía las manos manchadas de tiza. Manchados tenía los pantalones y una de las mangas del jersey. Cuando sonó el timbre del recreo volvió a tener la certeza de que nunca, a pesar de su delito, caería sobre él el peso de la justicia. Había vuelto a despedazar a Rubén Darío en la pizarra. Nicaragua, profanas miradas, las penas de la princesa o la belleza azul con sus tres puntos suspensivos. Los restos del poeta iban resbalando por el encerado hasta formar, con su goteo, un charco espeso de tiempo alejandrino esperanzado que rozaba ya la suela de los zapatos del viejo profesor de Literatura. Con la respiración agitada, dio un paso hacia atrás para contemplar sonriente su obra con perspectiva. Suspiró, no sabía si por cansancio o por alivio.
Soledad, que había permanecido sentada mientras sus compañeros salían en tropel a la cancha, se levantó de su pupitre y se acercó al lugar del crimen. Lentamente se agachó, mojó su dedo índice en el charco y se lo llevó a la boca.
-          Sabe a mar, a cisnes, a vida.
Pálido, el profesor cogió sus cosas y salió de la clase con prisas. No contaba con la presencia de testigos.
           

2 comentarios:

  1. Ya veo que sigues enredado con la novela negra. Es un cuento magnífico... y entrañable. Enhorabuena.

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  2. Muchas gracias, Victoria. A ver si mi editori me concreta vamos para allá a presentear el libro. Un beso.

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