No
puedo evitarlo. Cada vez que como en una terraza frente al mar, acabo pidiendo
una ración de calamares fritos. Doraditos, crujientes, con su poquito de limón
y sal marina. Ni doradas a la espalda de
esas que vuelan a mi alrededor ni vueltas de solomillo en salsa de champiñones.
Pues sí. Uno, que es muy basto. Los paseos marítimos me saben a calamares. Los
que me ponen a mí vienen cuscurrosos y bien muertos, como los que tenían
expuestos en el Museo del Calamar Gigante de Luarca pese al asombro de Mariló
Montero. Es lo que suele ocurrir en los museos, que los restos de los animales
allí conservados pasaron hace mucho tiempo a mejor vida. Entre los cefalópodos
vivos y las almas de los terroristas en los órganos donados no vamos a saber a
qué atenernos. Mariló nos vuelve locos, como a mí esta rodajita bien tostada.
Me
acompaña mi mujer en estas lides, y aquí estamos los dos al aire libre
dialogando como Felipe González y Artur Mas. Qué educados y qué correctos. El
bilingüismo, la independencia, la crisis, la independencia, la reforma de la
Constitución, la independencia. Asistimos todos los que vimos el programa de
televisión a un espectáculo inaudito en los últimos tiempos. Una conversación
en la que nadie se falta al respeto. Un diálogo entre personas civilizadas que
no hablan con la boca llena, sin gritos y sin Amador Mohedano llamando al
teléfono de aludidos. Al final va a resultar que es posible entenderse en
España. Según el presentador, invitaron a varias figuras del PP pero declinaron
acudir. Parece ser que estaban todos dando voces en Intereconomía y en 13 TV.
Detrás
de nuestra mesa hay una pareja de chicas discutiendo a voces (no tenemos
remedio) cuál de los actores de la serie El
príncipe estaba más bueno. Confieso que no he visto el primer capítulo,
pero conozco el barrio ceutí. En Melilla, mi ciudad natal, tenemos también una
barriada conflictiva y cada vez más peligrosa en la que, como en el barrio de
la ciudad autónoma de Ceuta, hay de todo. No sé si policías tan guapos y musulmanes
de revista. Lo que hay es droga, tiros, insubordinación y radicalismo. Se
conoce la zona como La cañada de la muerte. Como nombre de teleserie es mucho
más atrayente que El príncipe. Hasta Letizia, según parece, se hubiera
decantado por la segunda opción. Las malas lenguas.
Lo
que también comparten las dos ciudades es una verja fronteriza. Varios diarios
de tirada nacional han publicado en sus ediciones digitales un video en el que se demuestra cómo las
autoridades españolas expulsan ilegalmente a los inmigrantes por un paso que
hay en la valla de Melilla. El ministro ha reconocido que incumplimos con la
normativa, pero bueno. Con siete Padrenuestros está la cosa arreglada. Sin
embargo, no debería de olvidar nadie que no es Melilla la que expulsa, sino
España. Y que España forma parte de la Unión Europea y que, por tanto, el
problema de las concertinas, las avalanchas y la desesperación afecta a la
Unión entera. Si Europa quiere verjas, que las mantenga. Si quiere control
fronterizo, que mande personal suficiente. Los inmigrantes no tienen la
intención de quedarse ni en Melilla ni en Ceuta, sino de viajar a Holanda,
Francia o Dinamarca.
Qué
sofocación acabo de cogerme así, por las buenas, peor que la de la princesa de
Asturias el otro día en un centro comercial cuando se percató de que un joven
la estaba grabando con el móvil. La pobre, que había salido de casa vestida de
ciudadana y ni por esas. No la dejan vivir. Qué vida tan dura la de la familia
real. Ya lo dije yo…, que diría Jaime Peñafiel.
Vaya
columna acabo de escribir. Para ser la primera y, además, fruto de la ingesta
de una ración de calamares no está nada mal. Sospecho que para relajarme voy a
necesitar una porción de tarta de tres chocolates. Lo malo es que cuando tomo
dulces acabo hablando de educación… Pero eso será ya la semana que viene.
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