Sí,
lector melindre, lo sé. Tú tampoco te has recuperado aún de esas imágenes
aterradoras en las que Esperanza Aguirre se coloca unas Google glass e inmediatamente se pone a hablar en inglés. Miraba a
los periodistas, se retorcía de risa y hablaba y hablaba en inglés dándole
órdenes a las gafas para ir activando servicios. No sabemos si se le cayó el
velo, si vio realmente la luz al final del túnel o si, por caprichos del
destino, accedió por error (por una cuestión de pronunciación, seguramente) a
alguna página erótico-festiva. Fue una iluminación, qué duda cabe, al estilo de
san Pablo en el camino de Damasco, aunque salvando las distancias. Esperanza no
quiere convertirse ni dejar de perseguir a nadie. Básicamente quiere unas gafas
para ella sola y las quiere ya. Habrá que ver qué piensa el obispo de Alcalá
sobre este nuevo chisme, si fomenta el feminismo radical o si es una
herramienta diabólica más en el proceso de deconstrucción de las mujeres. Una
cosa es poder votar y otra ya pasarse.
Estas
cosas no le pasan a Ana Botella, ¿tú ves, lector feminista? Ella no usará unas
gafas de esas luciferinas porque no podría activarlas en inglés. Las gafas, si
hay que comprárselas, de pasta de la vasta y de colores discretos. El otro día
pensaba yo en cómo aplicarle a esta señora el conocido dicho de la botella
medio llena o medio vacía. Lo pongas como lo pongas, lo escribas como lo
escribas, sale lo mismo. Una idea de ausencia, de falta de algo. “Señores jueces,
no oigan a la gente de la calle, que eso son cosas de la revolución francesa,
no de ahora”. Este es el horizonte ideológico de la alcaldesa de Madrid. Dicen
que el inconsciente ideológico de clase es algo escurridizo, sibilino, oculto…
Esta pobre es que es torpe hasta para adornar su propia ideología fascistoide.
Lo dicho, ni llena ni vacía. Es algo digno de estudio. ¿Te acuerdas, sana
lectora, de lo de las manzanas y las peras? Sí, mujer. Doña Ana es de las que
toma los yogures de un sólo sabor. Pues ahora resulta, según las encuestas, que
en España el 64% de los ciudadanos prefiere la macedonia, es decir, están a
favor de las bodas entre homosexuales. Ni llena ni vacía.
Hace
unos días me tronché de risa a propósito de una noticia que afecta a uno de los
amigos del esposo de doña Ana Botella, el señor Blesa. Venía yo agotado de
discutir sobre cuestiones baladíes a propósito de los procesos de enseñanza-
aprendizaje de los que tanto gustan hablar los pedagogos y pedagogas (cosas del
colegio, que diría mi sabia madre), cuando me encuentro en la prensa que Blesa
gastó 9’1 millones de euros en un centro educativo de Madrid que nunca llegó a
funcionar. ¿Hace falta especificar que en España un centro educativo no llega a
funcionar? La noticia, lector hiriente-irónico-sarcástico, no tiene
desperdicio. Por lo menos era un centro privado, ¿verdad? Qué interesante es el
tema de la educación. Nos tiene a todos preocupadísimos. Hay que ver este Wert
y su reforma, como si la culpa de lo que hasta ahora ha habido y hay
actualmente fuera suya. Me dejo este tema para otro día, aunque el perdigonazo
lo suelto ya. La ley Wert es una basura, pero la LOE huele también muy mal y
nadie ha hecho nada para tirarla por tierra (el mismo tufo que la LOGSE. Ay,
Rubalcaba). Enfrentémonos a la LOMCE, sí, pero también a la LOE, que es la
responsable de los desastres en PISA y la que ha estado formando analfabetos
funcionales desde hace mucho años. Jóvenes y ya no tan jóvenes que ni saben las
operaciones matemáticas básicas, que escriben con tropecientas faltas de
ortografía y que no entienden lo que leen.
También
son cada vez más los que tampoco entienden lo que ven y que, en caso de
gastarse las perrillas, prefieren Transformers
IV que la última película de Trueba. El cine es, al fin y al cabo, un tipo
de lenguaje. Hay que saber ver cine, como me dijo una vez un buen amigo. Hay
que enseñarlo. La cultura lleva muchos, muchísimos años, recortada en España.
No ha hecho falta que llegara el PP con Mariano Manostijeras. Lo que Rajoy y
sus malandrines han hecho es podar la industria cultural, que es otra cosa.
Cuando se acusa a Wert de ministro anticultura se le está atacando por una
cuestión absolutamente económica (y no es ilegítimo, por supuesto). ¿Se es
anticultura cuando se recorta una industria? ¿La cultura se vende? ¿Es lo mismo
la cultura que los llamados “productos culturales” (véase un disco de un
triunfito o el último premio literario amañado)?
Digo
que es una cuestión económica porque la cultura no ha estado ni está entre las
preocupaciones más importantes de nuestros dirigentes. Primero porque, es
evidente, ni la conocen ni les interesa (la foto de Rajoy con el Marca no tiene precio), y, en segundo
lugar, porque la clase dirigente siempre ha necesitado a una masa lo más
iletrada y manipulable posible. Para vivir una cultura hay que garantizar su
enseñanza. Un sistema que apueste por el conocimiento, por el esfuerzo, por el
diálogo, por aquellas disciplinas que fomentan el pensamiento crítico… todo eso
que o va desapareciendo de las aulas o se convierte en optativo… Sobra decirlo,
pero para mentir y no pagar ningún precio por ello se necesita gente alienada,
pasiva, conformista y comodona, sin criterio suficiente y sin autonomía.
Y
digo todo esto, lectores cinéfilos, confesándome seguidor del buen cine, tanto
español, como americano, como francés o como polaco. No voy a ver una película
porque sea española, sino porque sea buena. Es cierto que cada vez voy menos
porque considero los precios abusivos. Y ya ni te cuento cuando hay que verla
en 3D con las gafas, un auténtico robo a mano armada. ¿Se reiría por eso
Aguirre con sus Google glass? Quién
sabe.
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