No
hace muchos días volvía un diario internacional a criticar a los españoles
porque somos un país en donde se cena a las diez de la noche. “Vaya, ya estamos
con los tópicos de siempre”, se oyó en radio, en televisión y se leyó,
igualmente, en internet. Los tópicos, como se sabe, son lugares comunes
convertidos en fórmulas o clichés fijos por la retórica antigua, lector
ilustrado, que en la mayoría de los casos, mal que nos pese, esconden una
verdad impepinable. Sí, lectores trasnochadores, es verdad que aquí cenamos a
las diez y que dormimos la siesta, y eso no debe avergonzarnos, como cuando vas
a ver las pelis de Torrente y sales diciendo que son buenísimas (a mí la
segunda entrega me dejó sin aliento de tanto reírme). A todos nos gusta poner
etiquetas, lo que pasa es que ahora nos ha tocado a nosotros. La marca España.
Para desagraviarte, lector herido, voy a encasquetarles yo una a estos ingleses
de segunda. Los americanos son un pueblo en donde se mata a los niños a balazos
en las escuelas ¿Ves? No pasa nada. Míralos, tan panchos, entre disparo y
disparo y siguen siendo la primera potencia mundial.
Más que el tópico, lo que puede que nos ofenda
es la generalización. Ni todos los yanquis matan niños en los colegios, ni
todos los ingleses vienen al país en donde se cena a las diez a tirarse como
imbéciles a la piscina desde un balcón, ni todos los españoles dormimos la
siesta… Cómo nos ofende a los españoles que se mofen de nosotros. Los toros,
las sevillanas, la pereza, el buen tiempo, los políticos corruptos. Qué le
vamos a hacer si yo, y tú, lector melódico, nacimos en el Mediterráneo. Seamos
sinceros. También estamos nosotros todo el día rajando de la Merkel, de Obama,
de la calidad de las toallas de Portugal o de los franceses, que preferimos ni
nombrarlos. No lo podemos evitar. Seguimos conservando, oh lector, un poquito
de esa prepotencia imperialista de otro tiempo que nos hizo conquistar medio
mundo y quemar en la hoguera el otro medio. A ver si empieza ya la temporada de las ferias
y nos vamos relajando un poco, que estamos todos tensos.
Otra
idea que se maneja ya como tópico contemporáneo es que debemos estar todos y
todas (porque los tópicos no entienden de discriminaciones) conectados a la
red. Si tienes gases, que lo sepan en Twitter.
Si dejas de tenerlos, avisa en Facebook.
Si las croquetas te han salido doraditas y cuscurrosas, sube la foto a Instagram y si vienes de tirarte al
vecino del tercero, coméntalo con tu grupo de Whastapp, que los españoles somos muy envidiosos y vas a disfrutar
provocándonos (esto no es ningún tópico). La cosa es que estés entretenido
escribiendo boberías mientras la vida pasa y también pasa la tuya. Somos,
posiblemente, la generación que más lee y más escribe… este tipo de mensajes.
Tuve un profesor en la universidad que siempre defendió que hoy se escribe
tanto en internet porque la gente está cada vez más sola. Qué tristeza que
pueda sentirse el vacío o la soledad porque se caiga una red social, como ha
ocurrido con Whatsapp este fin de
semana. Estamos haciendo mal muchas cosas. Hemos de volver a las tascas. Los
bares no se caen nunca. Te puedes caer tú, lector ajumado, las cosas como son,
pero por otros motivos. En cualquier caso, tus amigos te sostendrían, que no te
quepa duda.
Esto
de la conexión y la escritura de banalidades es la materialización de lo que
dijera McLuhan hace ya décadas, que a diferencia de otras épocas, en esta
asistimos a la conversión del medio de comunicación en el mensaje mismo, es
decir, lo importante no es lo que se cuenta, sino la espectacularidad del medio
en el que se cuenta, estar ahí, estar presentes y nada más. De hecho, si no
estás en los medios, no existes ni como empresa, ni como diario, ni como
escritor, ni como nada. Para más inri, y este es otro tópico más que esconde
también una verdad como un templo, todo lo que se diga en los medios es
automáticamente verdad. El ciudadano de hoy generalmente no cuestiona lo que
sale en la tele o lo que se publica en la red. Si sale, es que es verdad. Es lo
que ha ocurrido con Operación Palace,
el falso documental de Jordi Évole emitido el domingo pasado en La Sexta. Las
reacciones provocadas eran de esperar. A nadie le gusta que le digan idiota a
la cara, aunque lo sea. Confieso que me encantó. Me puse una Pepsi (en mi casa
ya no entra la otra, por su política de empresa) y un platito de almendras
frititas. Al principio empecé a dudar y, conforme avanzaba la emisión, y me iba
quedando sin almendras, me dio por reírme de mí mismo. Me acordé de los
magníficos relatos de Borges, de la invención, de la apariencia de verdad, de
la automatización a la que nos tiene condenados el discurso oficial… “Fraga se
encolerizó porque era la hora de comer”, dijo Vestrynge. Una absoluta
genialidad, ¿o es que no se lo imaginan con el bañador de Palomares y pegando
voces en el congreso porque era la hora de la tortilla francesa?
La
prensa está que echa chispas. No toda, claro, que ya hemos dicho que las
generalizaciones son odiosas. Lo más divertido ha sido leer a contertulios de
esos programas sobre gatos quejándose de estos recursos de ficción y de
engaños, como si ellos no hicieran lo mismo todas las noches en sus tertulias o
todos los días en sus periódicos cuando hablan del 11M, de ETA, de las
fronteras o qué sé yo.
Ah,
que se me iba a olvidar y sería imperdonable. En el fake de Évole, Ansón hablando de repente de la belleza de Elsa
Pataki. Es que ha sido genial. ¿Se puede ser más socarrón y más español? ¿Caigo
en el tópico? Pues eso.
Más razón que un santo, José María. Yo también estoy hasta el gorro de minimalismo educativo. Enhorabuena por el artículo.
ResponderEliminarGracias Alberto. Es que es demasiado...
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