el empuje
del viento,
como
con el cuaderno
el de
los años.
Estas
últimas borrascas
han
dejado nieve en la azotea
y
amenaza el frío aliento
al
pensamiento y la memoria.
He de
calentar cada recuerdo,
los
lugares donde fui feliz,
la
playa enamorada de la luz.
El sol
de un niño.
El
viento agita las persianas,
golpea
los postigos del sosiego,
nos
llena los balcones de hojarasca,
de
palabras inservibles, despreciables,
demagógicas,
baratas,
como la
comparecencia
de un
meapilas con corbata
y con
perfume tridentino.
La
ciclogénesis da miedo al aire libre
pero no
bajo este techo de pasión,
de
protesta y valentía,
de
poemas que no sirven para nada
porque
no sirve la vida para nada
y esa
es la verdad que defendemos,
que
cantamos, que ofrecemos.
Arrecia
el temporal y nos miramos,
pues
hemos aprendido a dar batalla.
Tus
besos y mis versos contra el mundo,
tus
libros y mis libros contra el necio,
el
opresor, el mangante, el embustero.
No es
fácil, lo sabemos hace tiempo,
luchar
con la tormenta arrebatada,
con la
cólera de un dios insatisfecho
e
insaciable de poder y de manejo.
Su rayo
daña la fachada de la vida,
nos
llena el corazón de dormitorios con goteras,
pero
aguantamos,
nos
cogemos fuertemente de las manos
y
achicamos, con paciencia, todo el barro
y toda
el agua residual de su monserga
bajo el
cielo gris de la mentira.
El
rostro y los cabellos empapados,
los
cuerpos ateridos por el frío.
Es
demasiada lluvia la que cae
pero
más nuestra constancia,
esta
luz alojada en las pupilas,
la
esperanza que se aprende con la búsqueda.
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