martes, 18 de febrero de 2020

RESEÑA DE ENTONCES EMPEZÓ EL VIENTO EN EL PERSEGUIDOR

Covadonga García Fierro reseña Entonces empezó el viento el 29 de septiembre de 2019 en El Perseguidor, suplemento literario de Diario de Avisos:


La soledad es el punto de partida de este poemario, como también es el punto de partida de la propia vida: nacemos y morimos solos. Por mucho que nos desarrollemos en sociedad y nos relacionemos con los demás, por mucho que amemos a otra persona, nadie puede sentir las cosas como nosotros las sentimos, llegar a conocernos o a comprendernos del todo. Nadie puede percibir el mundo exactamente como nosotros lo hacemos. Esa soledad ontológica, que se impone desde el nacimiento, desde el primer momento en el que somos, en el que estamos en el mundo, es la soledad sobre la que poetiza José María García Linares.
   La escritura es, para el poeta, la única baza, la única tabla de salvación. Así, García Linares toma también una cita de María Zambrano muy reveladora para abrir el libro: “Escribir es defender la soledad en la que se está”. En efecto, la escritura da sentido a la existencia. No sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos, ni por qué tenemos que llegar y partir tan solos; pero sí tenemos con nosotros la posibilidad de cultivar la escritura, dejar una impronta de nuestra palabra en el mundo, una huella de nuestro ser. Por ello, no es casual que el primer poema de esta obra se titule “Ser palabra”, ni que contenga estos versos tan hermosos y precisos: “Soy estas palabras / ordenadas en poemas. / Una vida de papel. / Una hoja que respira.”
   El poeta reflexiona en estas páginas sobre lo que supone el veloz e irremediable paso del tiempo; el transcurso de tantas generaciones de individuos que llegan solos, se desarrollan en sociedad y mueren solos, como apunta en este bellísimo verso del poema “Campo de violetas”: Los cuerpos, derramados, se mecen en los pétalos del tiempo. Ese ciclo se repite una y otra vez, sin un aparente sentido más allá del que ofrece la escritura. Porque la escritura nos da la oportunidad de que nuestra palabra y nuestra identidad permanezcan incluso más tiempo que nosotros mismos. La escritura persiste, recoge la memoria individual y la memoria colectiva, y permite su continuación, su transmisión de una generación a la siguiente. La escritura nos sobrevive y, de alguna forma, nos hace perdurables en el tiempo, como expresa el escritor en estos versos del poema “Escritura”: Hay dentro de mí / una escritura milenaria / compuesta de visiones.”
   Con estos versos, el poeta abre también otra reflexión: como individuos que somos, ¿hasta qué punto nuestra escritura es completamente personal, genuina?, ¿hasta qué punto nuestra escritura es heredera de la tradición? Incluso nos podríamos preguntar cuántos miles o millones de personas, únicamente haciendo uso de la lengua -primero del latín, luego del castellano, finalmente de lo que hoy conocemos como lengua española-, han influido en que nuestra lengua haya llegado a nosotros tal y como lo ha hecho. Y es que las lenguas no son otra cosa que mecanismos para concretar, codificar e interpretar la realidad. Esta reflexión en torno a la propia lengua como vehículo para interpretar el mundo de una forma concreta y diferenciada está presente en algunos poemas como, por ejemplo, “Otra lengua”: “He de vivir otra lengua / para vivir otra vida.” No podemos olvidar que, además de escritor, García Linares tiene una formación eminentemente filológica.
   Así, la escritura y el hecho de poder comunicarnos a través de una lengua que nos define, nos identifica y nos hace perdurables en el tiempo se contemplan en este poemario con esperanza, como se puede observar en estos versos pertenecientes al poema “Un amor de lodo y viento”: “Cantaremos en las noches de verano / hasta agotarnos con la luz de las estrellas / porque es nuestro todo el mundo, / el mar, el cielo y la escritura.” Y es que las estrellas, el mar y el cielo son estrellas, mar y cielo porque podemos nombrarlos; las palabras son las que permiten que una realidad exista, que tome forma, que sea percibida por una comunidad de personas que comparten el idioma. Así, en un poema como “Locura familiar”, el autor transmite el mensaje de que la mejor herencia que podemos recibir son las palabras, pues el acto de nombrar es lo único genuinamente nuestro, lo que distingue a la especie humana del resto de seres vivos.
   Por otra parte, tal como apuntábamos más arriba, lo único que puede otorgar la trascendencia o la inmortalidad son las artes; en este caso, la literatura. De ahí que, en un texto como “La fórmula”, a García Linares le interese indagar en cuál es la fórmula secreta para emocionar a través de la literatura y lograr así la perdurabilidad en el tiempo: las vocales, los acentos, las palabras / que puedan arrancarte de la muerte. En la misma línea, el autor se pregunta en “El insomnio”: Si se cansa nuestra voz, / si delira la escritura, / ¿perderemos nosotros la noción / del estar y los significados / del amor, las canciones y la lluvia?
   Un aspecto que llama poderosamente la atención de este poemario es la exquisita sensibilidad con la que se aborda el tema de la memoria, tejiendo versos e imágenes preciosas como las siguientes, del poema “Oscuridad”: “A las diez la claridad es tan ligera, tan ligeros los murmullos de los tilos, / tan efímera la vida. / Son la luz, la soledad, la ligereza, / palabras que designan lo perdido”. Y es que quizá la memoria sea un “mapa de tesoros enterrados”, como reza otro bellísimo verso de “La tienda de Catarino”. Pero, incluso cuando el recuerdo es un naufragio, incluso cuando deseamos volver y no podemos, la escritura nos consuela y nos salva de la nada. Salva nuestros recuerdos y los convierte en poemas. Poemas que ya no solo pertenecen al individuo, al poeta que los ha evocado, sino que ahora pertenecen a todas las personas que se identifiquen con ellos.


   En la segunda parte del libro, Murmullo de geranios antiguos, José María García Linares utiliza el tópico literario del liber mundi, contempla el mundo como un libro que podemos leer e interpretar. Y en esa lectura, encontramos algunos de los elementos que conforman la poética del autor: el amor por la naturaleza y sus imágenes, la importancia que tienen la escritura y la poesía en particular, o la presencia de la memoria y el recuerdo, como se puede apreciar en “La lectura del mundo”: Aprendamos a leer en el silencio / el sendero irrepetible de la vida. / Los valles, los riachuelos, las cantinas, / los ojos de un amor irreparable, / el irnos por los sueños y perderlos, / el mar, la nieve, la nostalgia, / el humo de los cuerpos olvidados, / la fe en el más acá, / tus manos, la poesía (…)”.


   José María García Linares viaja a través de su escritura al origen y al final para luego volver al origen, ese origen ya casi olvidado, el momento de la fundación, siempre indagando en lo que somos, en por qué estamos aquí, para qué hemos venido, hasta cuándo podremos soportar la soledad. Mientras tanto, el poeta continúa con su rutina, tal como recoge el poema “Soledad”: “Lejos de bullicios, / solo con mi sombra, / buscando mi palabra en las palabras / y la vida en la quietud del firmamento”.

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