Desde su primer libro, Diego contra la oscuridad (2014), la poesía de Antonio Revert Lázaro se despliega como un ejercicio constante de indagación a través de las grietas que el sistema de vida neoliberal que nos produce y que nos arrasa genera en sus propias estructuras internas. Por eso, en este Rutina de volar (2019), el tercero de los libros del autor, la figura del poeta es definida como “persona que se aloja en cierta búsqueda”.
Buscar se convierte en la clave de un quehacer lírico comprometido con la historia y con la condición del ser humano contemporáneo, una tarea que no encuentra finalización satisfactoria. La escritura deviene así en arqueología constante hacia el abismo, en labor contradictoria, agotadora. Si para Juan Ramón Jiménez el poeta era un ser condenado a nombrar, para Stefan Zweig la creación llegó a convertirse en un tormento porque, posiblemente, la búsqueda del sentido no pueda ser más que eso, una búsqueda constante en donde el éxito no está garantizado. De ahí que en el poema “En esta casa”, la voz poética diga: “Yo, / cada noche / escribiendo poemas, / intentando sacudirme así / millones de palabras de mi mente / que quieren robaros los silencios”, o en el poema “Idiomas”, cuando leemos: “Cómo tocar la luz, / si mi pies están llenos de palabras”.
La retórica de lo aéreo es evidente desde el mismo título, pero no se trataría solo de una elevación física, sino también ética y estética. Bachelard señalaba a propósito del vuelo que se trataba del más elevado logro moral. Toda valoración es una verticalización en el sentido de que la valoración vertical es tan esencial que el espíritu no puede desviarse de ella si ya ha reconocido su sentido inmediato y directo. Para el francés no se puede prescindir del eje vertical para expresar los valores morales, puesto que el camino que debe recorrer toda persona es el de la ascensión. Por eso Rutina de volar está plagado de jacarandas, hidroaviones, gaviotas, brumas, gorriones, ruiseñores, súbitos vientos y cielos negros. Así, en el poema “Happy End” podemos leer: “Tú, sentada en lo alto / conversabas con un eucalipto. […] / Ayúdame a ascender”. Esta petición de ayuda marcará desde el principio el tono de un libro que discurre en cada una de sus partes (“PLANTEAMIENTO”, “NUDO”, “DESENLACE”, “UN POEMA A MODO DE EPÍLOGO”) como discurso amoroso y como materialización de una ética del cuidado que mira constantemente hacia los otros, hacia los seres humanos, los animales y los entornos naturales. “Aletea así, / que yo te vea. / Ríe, / ríe siempre; / que yo cuido – entretanto – tus ovejas”. Así la rutina de querer. Así la de volar.
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