Una primera consideración para empezar de las muchas posibles que podríamos plantear a propósito del texto que tratamos. La pregunta definitiva, la más relevante, o si se quiere, la auténtica experiencia literaria es la pregunta por cómo vivimos, que decía Tabarovsky (2010: 163) Cuáles son nuestras condiciones de vida, cómo es nuestra relación con los demás, qué espacios habitamos, cómo nos condiciona el tiempo que vivimos, cómo el poder determina nuestras prácticas vitales, nuestro amor, nuestra sexualidad, nuestra libertad y nuestra palabra y cómo le hacemos frente a la palabra del poder. Son distintas las respuestas que podemos darle a la pregunta, según el lugar desde donde respondamos, puesto que siempre se escribe y se dice para algo, es decir, que la escritura puede convertirse en un instrumento para el cambio y, sobre todo, siempre muestra el posicionamiento político de quien escribe (García-Teresa, 2017: 17-48 ).
Es absolutamente imprescindible tener en cuenta que nadie se encuentra descomprometido (aunque diga no creer en el compromiso) puesto que nadie escribe desde el vacío, sino desde un lleno histórico radical, desde un inconsciente ideológico sobre sí mismo, el mundo y la escritura, como siempre defendió Juan Carlos Rodríguez (Voces del extremo, 2008: 18). Si tenemos en cuenta que un poema es responsable tanto de lo que dice como de lo que calla, como señala Maeso (2017), habría que plantearse, por ejemplo, qué dice y qué calla hoy gran parte de la poesía que se publica en España. El planteamiento nos llevaría demasiado tiempo.
Quizá en otra ocasión, porque ahora necesitamos una segunda consideración, siguiendo la argumentación que habíamos establecido hace un momento. Escribir hoy un libro de poemas supone asumir que el discurso que lo articula lo sitúa en los márgenes, en el extremo, en la frontera de la comunicación y del lenguaje. La razón neoliberal, la racionalidad mercadotécnica que arrasa nuestro pensamiento y nuestra forma de vida y que se formula y extiende desde los medios de comunicación de masas se materializa en esas nuevas subjetividades que han hecho del discurso de lo útil, de la productividad y de la competitividad el único argumento relevante de la vida. También el único argumento de la literatura. Sin embargo esa dialéctica de lo útil frente a lo inútil, tanto para quienes celebran la inutilidad del discurso poético como para quienes defiende la utilidad de cualquier práctica literaria distorsiona, desenfoca y desorienta porque los términos del problema no son útil/ inútil, sino necesidad, mostrar la necesidad de la continuidad del sentido, como defendía Fernández de la Torre.
Esa construcción de sentido es la que posibilita al yo lírico decir, en el poema VISIONES ETÍLICAS (I): “Como si escribir buenos poemas / no fuera una cuestión de ser / aún el niño que yo era, / para que lo que salga de mi pluma / pueda ser “verdad” como un río. / Algo de toda la verdad de mi perra, / de la mirada transparente de mi hijo, / para así encender aún un fósforo último / y no ahogarme, / y seguir creyendo, / mientras me sirvo otro JB con coca-cola”.
Construir, pues, sentido o darle sentido a una práctica vital y poética que se articula también como un hacer en un tiempo específico, histórico. La poesía no es algo que se tiene, sino algo que se hace (Juan Carlos Rodríguez, 1999: 213), que se produce y se construye a través del lenguaje cotidiano, siempre viciado y comprado por el uso diario como mercancía tanto de hombres como de mujeres, de ahí que sea tan importante el ejercicio de indagación en lo cercano, esa práctica poética de indagación y desvelamiento. Y no hay nada más cercano para la voz poética que su propia casa, que como decía Bachelard, no es otra cosa que el símbolo de la propia vida. El hogar como espacio habitado y amueblado de recuerdos, palabras, seguridades y miedos. Así, Mobiliario básico cuenta con una estructura bipartita perfectamente equilibrada, “Muebles de interior” (con 28 poemas) y “Muebles de exterior” (con otros 25). En la primera parte, el sujeto poético rememora la infancia a través de una serie de textos en los que el recuerdo funciona como configurador de identidades. Los poemas abundan en localizaciones y tiempos, confirmando así que los poemas son espacios de la memoria y que es la rememoración a través de la escritura la que posibilitará la voz del sujeto poético ahora y en la segunda parte. Esta materialización del espacio-tiempo de la experiencia es muy significativa a lo largo de toda esta primera sección: la ciudad (Alicante), la familia, el verano, el colegio-cárcel, etc., y lo es porque justifican la mirada que se desplegará en ese “Muebles de exterior”, es decir, son poemas-eslabones que conectan tiempos distintos y a través de los cuales asistimos a la formación de una voz firme, comprometida y humanística, cuyo origen está en ese verano ya perdido para siempre, en las ruinas acumuladas en la mirada, en las tareas escolares cercenadoras de libertad. De ahí que esta primera parte se abra y se cierre con sendos poemas sobre el dolor del mundo, del que sabremos mucho en la segunda. La tarea del poeta, en palabras de Ingeborg Bachmann, consiste, o debería consistir, en no negar el dolor. Y no negarlo supone alzar la voz en defensa de la verdad y contra la mentira. El poema PARALELOGRAMOS lee así: “Subirse a un tren. / Abrir un álbum de fotos antiguas. // Una ventana. / Una fotografía// Todo el dolor / dentro de un rectángulo”. En CUANDO SEAS MAYOR LO ENTENDERÁS, lee la voz poética: “Ante un niño / ladrillos idénticos/ de idéntica leyenda: / “Ahora de niño no lo comprenderás / ya lo entenderás cuando seas mayor”. // Pasan los años, / se apelmazan, / sobreviene un muro, / eres mayor, / es tarde ya para preguntar. / Nadie recuerda ya ni las preguntas. / Nadie recogió a aquel niño del colegio. // Cristalizado el dolor, / solidificado el gesto, / enterrada la luz de la duda, / se impone el frío: / un edificio por cada ser humano, / por cada niño acallado, / por cada aplazamiento del abrazo. // Hay una explicación pendiente, / sí, por cada mujer, / por cada hombre. / Un aullido que nadie escuchó. // Ahora no entiendes, / cuando seas mayor tampoco. // Miro las olas romper, / lentamente respiro, / todo está por silenciar”.
Los poemas de la primera parte prefiguran los de la segunda, y por eso resulta clave el poema-profecía RELACIONES ENTRE ADULTOS, que lee de esta manera: “Una piscina en agosto / llena de niños heridos / que se dan codazos / chillan / ríen / ajenos / al drama”. Drama que va a describirse y desplegarse en “Muebles de exterior”.
En Microfísica del poder escribía Foucault (1979: 89) sobre las relaciones entre el poder y el saber y apuntaba lo siguiente: “Cuando pienso en la mecánica del poder, pienso en su forma capilar de existencia, en el punto en que el poder encuentra el núcleo mismo de los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana”.
Quizá sea hoy más necesario que nunca señalar que el mundo en el que vivimos es un mundo de palabras que ya están dadas, palabras que expresan el poder y el sistema que domina, el capitalismo (Casado, 2004: 128). Veámoslo en el poema con el que abre esta segunda parte, titulado AVANCES HUMANOS: “Por mucho cemento / al que se vea conducido / el día a día de mi perra, / siempre hallará un minúsculo parterre, / una esquina de un parque diminuto / o siquiera un triste descampado / que le ate bien a la tierra. // Son habilidades perdidas por nosotros / en el camino hacia el progreso, / según dicen”. Este “según dicen”, este dominio o esta victoria se lleva a cabo mediante un movimiento de normalización que consiste en la defensa de su propio discurso como único posible, hasta el punto de que hemos creído que el sistema de producción capitalista es inherente a la naturaleza humana, que nacer capitalistas es una cuestión de amor y biología. Esta racionalidad mercadotécnica o tardo-moderna, además, ha sido capaz de desactivar y de apropiarse de conceptos básicos como libertad, sujeto, democracia, medio ambiente, mujer, cultura, sexo y tantos otros que formaron parte de discursos liberadores en el pasado y que, de forma casi imperceptible, han pasado a formar parte de las narraciones y construcciones propias de la lógica, hoy, neoliberal. Con una visión cargada de ironía el poema PAPÁ, ¿QUÉ ES EL LIBERALISMO ECONÓMICO? pone el dedo en la llaga en este sentido: “busca tú la respuesta hijo apáñatelas hoy en día todos podemos acceder al conocimiento en igualdad de condiciones no me pidas ayuda si no logras saberlo será porque no te esforzaste lo suficiente capaz eres hasta de pedirme subvención a ver si vas a ser de izquierdas y por eso quieres que te lo den todo hecho tienes que ver este vídeo de Youtube que hizo Nestlé para que lo entiendas persigue tus sueños mira por ejemplo a Amancio Ortega que empezó desde abajo ojalá seas emprendedor como tu padre a mí nadie me regaló nada me voy a trabajar haz la tarea ya la chica te baña y te acuesta”.
Como hemos dicho más arriba, este tipo de racionalidad determina un tipo específico de subjetividad, esa competitividad, ese utilitarismo de todos los aspectos de la vida. Y hay que tener muy presente que, siguiendo la cita que hemos leído de Foucault, la acción de los gobiernos (aquello que denominó racionalidad gubernamental) no se limita solo al control económico y político, sino también a la introducción del poder y el control en la vida de los individuos y en sus propios cuerpos, de ahí que la lucha contra el neoliberalismo se deba llevar a cabo también desde el terreno de la subjetividad, que es el propio de la literatura, y por eso la relevancia de este Mobiliario básico. Otro de los poemas más significativos es LA LLAVE DE LA CULPA, en donde el yo poético, ácidamente, describe a la perfección los tentáculos del poder y sus impregnaciones ideológicas: “Cuando accionan la llave de la culpa / en una sociedad aterrada, / una finísima lluvia ácida / humedece los tejados / de pueblos y ciudades. // Así crecen los casos / de artrosis ideológica, / mientras vuelan las aves / sobre las fábricas cerradas, / y nadie salió con paraguas / a hacer la cola de la beneficencia. // Se escribe la historia de los pobres / con la misma tinta del oprobio, siglo tras siglo. / Lobos del miedo riendo, / antiguos señores feudales / resucitando dulcemente; / niños desnutridos a la vuelta de la esquina. // Son viejos jinetes entablillados / a putrefactos caballos también sometidos. / Canciones que suenan a Réquiem / por más notas agudas que incorporen / y aunque la orquesta del Telediario / practique ficticias felicidades de almíbar / coqueteando con acordes en tono mayor. // Se ha perdido la batalla. / Menos mal que ganamos el Mundial de fútbol”.
Se trata de un texto clave por dos cuestiones. En primer lugar, porque ejemplifica a la perfección, como nos enseñó Naomi Klein (2016), los efectos del shock producidos por el llamado capitalismo del desastre, es decir, aquel que dirige ataques organizados y planificados contra las instituciones y los bienes públicos, y que necesita, para hacerlos efectivos, generar Estados de excepción psicológicos en donde la población se encuentre aterrorizada, hasta el punto de que ya no es dueña de sus propias facultades. Y en segundo lugar, porque el final del poema no puede ser más esclarecedor para justificar esa condición póstuma de la que habla Marina Garcés (2017), como ocurre, además, a lo largo de estos “Muebles de exterior”. La condición póstuma es aquella en la que el sujeto utilitarista y controlado vive en el tiempo de la inminencia, cuando todo puede cambiar de forma radical o acabarse definitivamente. Inmanencia que se materializa, por un lado, en la conciencia de que la situación presente no puede continuar sin colapsar y, por otro, en una experiencia común del límite de lo que Garcés denomina “lo vivible”, esto es, la imposibilidad de que el propio sujeto pueda ocuparse e intervenir en las propias condiciones de vida. Porque este será el nuevo relato que cale desde la condición póstuma, el de la destrucción irreversible de las condiciones de nuestra existencia. Leamos LA CULTURA DEL TERROR: “No perdemos la libertad ahora. / La libertad se perdió ya / con la última hipoteca / del último mileurista. // Ahora los sueldos / son ya de seiscientos euros, / y la libertad / ya es sólo una palabra / que sale en viejas canciones / cantadas en reuniones con amigos. // Un souvenir lleno de polvo / de un viaje de dignidad que no hicimos / hacia los adoquines de la calle / que pisaron con fuerza nuestros abuelos / para hacer brotar nuestros derechos. // Una batalla hermosa / que perdimos sin apenas gritar, / noqueados por la luz / de nuestros televisores”.
Lo sabemos todo pero no podemos nada, y no podemos porque el poder desactiva colectividades y enfrenta a los individuos los unos con los otros. La educación, el saber y la ciencia se van hundiendo en el solucionismo (solo se salvan si aportan soluciones laborales, soluciones técnicas y soluciones económicas) hasta el punto de que será el propio sujeto el que renuncie a ser mejor y se afane únicamente en obtener más y mejores beneficios, de ahí el texto PALOMAS, PISCINA Y DAÑOS COLATERALES, un poema en tres actos, cuyos versos finales leen: “Al final de todo, / lo que de verdad nos lastima, / lo que nos quiebra bien adentro, / es no tener una piscina más grande, / no ser los dueños del zoológico. // Por un buen precio / abatiríamos plácidas palomas, / mataríamos delfines / con nuestras propias manos, / por un buen precio”.
Dijo Bourdieu que la responsabilidad del poeta es la de hacer existir lo que dice, producirlo en voluntad y abundancia para la vida. El discurso poético de Antonio Revert sigue la estela de lo que siempre han defendido Jorge Riechmann, Antonio Orihuela y la corriente poética de la conciencia crítica. En un mundo de atrocidades y desigualdad, insistir en el carácter de normalidad de las cosas raya en el fascismo, por eso es tan importante la desprogramación. La del poeta debe ser una conciencia atenta, vigilante y comprometida con la verdad. El empuje del neoliberalismo tiende a reducir la inteligencia, el ingenio, la expresividad y la rebelión creativa, de ahí que sea necesario tanto un nuevo lenguaje, como la formulación de nuevas preguntas.
La literatura es una forma de pensar el mundo y, aunque es eso lo que asegura su autonomía, no debemos olvidar que está en estrecha relación con la realidad en la que surge y con otros tipos y formas de discurso con los que coincide en el tiempo y a los que considera y juzga según su propio criterio. Aunque el poeta sea consciente de que la poesía por sí sola no va a cambiar el mundo, el texto poético sí tiene la capacidad de transformar a las personas, que son las que pueden posibilitar el cambio necesario. Por eso para Antonio Revert escribir será siempre hacerlo desde un lugar, desde una posición ideológica concreta, en este caso desde abajo, desde el conflicto, la explotación, la injusticia y la lucha de clases, a partir de una práctica de iluminación y desvelamiento de sentidos porque, como sostiene De Vicente Hernando (2003: 27), no hay un mundo originario ni doble. Desvelar el mundo quiere decir hacerlo visible en su estructura histórica, pero también en su contingencia. De ahí la relevancia y la necesidad de un libro como Mobiliario básico.
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